APARICIONES, FANTASMAS Y DESMEMORIA

 
Hace muchos años fui protagonista de un suceso  paranormal, extrasensorial, o como sea que le llamen a estas cosas. La cuestión es que ha sido el único  en toda vida. Ocurrió en Cáceres. Vivía yo por entonces con mi novia en un piso de estudiante. En realidad, lo compartíamos con dos chicas más y con un tipo que trabajaba en RENFE. Era invierno. Lo sé porque recuerdo la sensación de estar los dos  bien dormidos y arropados bajo las mantas. Estaba bien metida la madrugada cuando me despertó algo que no podría definirse como un ruido. Levanté medio cuerpo y vi, te juro que fue así, la imagen de una mujer. Bueno, no exactamente una mujer, sino algo lo más parecido a un espíritu que  te puedas hacer idea. Era totalmente blanca, como con un gran camisón. Estaba al otro lado de la habitación y en cuanto me vio se acercó a mí y me dijo, pero creo que sin palabras, que estuviera tranquilo, que no pasaba nada. Yo, lo juro por Snoopy, que no soy precisamente el hombre más valiente del mundo, me quedé en la cama, contemplando aquella visión, sin pizca de temor. Y para cerciorarme que no era un sueño, miré alrededor y allí estaba mi novia, dormida como un tronco, y allí estaban el armario y el aparador y todos los demás trastos viejos de un piso en alquiler para estudiantes de pocos recursos. Y, admitámoslo, esas cosas no pasan en un sueño. Uno no sueña con roperos viejos y pisos de alquiler.

La mujer o el espíritu o lo que sea que fuera aquello se acercó a mí flotando, porque no se podría llamar andar a ese movimiento como de hoja llevada por el viento. Me puso la mano en la cabeza y me dijo que me volviera a dormir, que nada debía de temer pues nada malo iba a ocurrirme. Y yo, que para las mujeres he sido siempre un sumiso, pues me metí de nuevo en la cama y dormí de un tirón, como un bendito.
Al amanecer me acordaba de todo, se lo conté a mi novia y me dijo que estaba como una chota y que aquello había sido uno más de mis estúpidos sueños. Ahora me doy cuenta de que el amor se estaba enfriando. 
Pero lo cierto es que yo sé, siempre he sabido, que aquello fue realidad, puedo jurarlo y asegurarlo; incluso más realidad que todo lo demás que me ha pasado después a lo largo de mi insulsa vida. Lo que  también es cierto es que ,como nunca ha tenido trascendencia esa aparición ni modificó en nada mi vivir, la he ido dando al olvido.
Y he ahí que ahora leo la historia de Madame Blavatsky, una señora de la que ya hablaremos en otra ocasión, y dice: “de pronto, me desperté. Me despertó un aliento cálido. A mi lado, en la oscuridad, se erguía una figura humana de alta estatura y vestida de blanco. Oí una voz que me ordenaba, no sabría decir en qué idioma, que encendiese una vela. Una vez encendida ésta, ví que eran las dos de la madrugada y que un hombre vivo se hallaba a mi lado”. 
Por supuesto, la historia que sigue no es ni con mucho la misma que me aconteció a mí, puesto que a ella le anunció grandes cosas y a mí no me dijo ni pío. Pero es extraña la coincidencia y la semejanza de ambas apariciones. Me da qué pensar. Mira que si  aquella buena aparición me dio un mensaje para salvar el mundo y con la caraja lo he traspapelado, o incluso me reveló algún misterio o, lo que es peor, me otorgó superpoderes y los he olvidado. Porque yo, aquí donde me ves, hay días que no sé dónde tengo la cabeza.

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