BLANCA EN EL LABERINTO

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Nunca eres el mismo cuando te enfrentas al Minotauro y le sobrevives. Puede que consigas escapar con vida de sus garras, porque desde Teseo sabemos que ningún monstruo es infalible, pero nada te librará de vivir el resto de tus días horrorizado ante la capacidad de seducción del Laberinto. Solo los muy héroes y los muy ingenuos se meten en tales fregados. Blanca Portillo, por ejemplo, se metió a lidiar con el monstruo del Festival de Teatro Clásico de Mérida no porque tenga madera de heroína sino porque su ingenuidad le hizo creer que podría salir airosa del Laberinto de la Junta de Extremadura. Ahí es nada. Ni Hércules sacaría con éxito semejante trabajo.
Blanca Portillo no es  que sea Hércules pero tampoco es tonta y con un poco de esfuerzo podía haberse olido la tostada, que es una tostada que lleva, como las cuadras de Augias, tres décadas apestando. Cómo pensaba ella que consigue una región mantenerse en la cola de casi todo durante tanto tiempo si no es invirtiendo sus recursos y sus energías en alimentar a este monstruo insaciable. 
Lo que al parecer más fascina a Blanca Portillo, según confesaba  días atrás en una entrevista en un periódico nacional, amén de las mentiras y los engaños, era el que todos, izquierda y derecha, estuvieran al tanto de los mangoneos y que absolutamente todos se encogieran de hombros y escurrieran el bulto. Pues mira, hija, puede que tardes en cobrar el sueldo pero al menos ya has aprendido algo: que nada hermana tanto como un chanchullo rentable. Aquí todos callan sobre el Festival como callan sobre la educación pública, sobre el transporte público, sobre la cultura pública, sobre tantas cosas. Callan porque les vale y porque han hecho de su silencio y su oscuridad nuestro monstruo y nuestro laberinto.  

Contraportada del periódico Extremadura

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