CARLOS V RELAXING CAFÉ IN YUSTE

Hubo una época, allá por el XVI, en que España fue gallo de gallinero, al modo en que ahora lo son los USA. Y, como ellos, también nosotros nos ganamos fama de arrogantes bravucones que presumían de arreglar con la espada lo que en otros sitios era costumbre arreglar con el diálogo y las buenas maneras. Recuerdo, por ejemplo, aquel embajador español en una ciudad italiana al que el alcalde reprendió por su fea costumbre de hacerse llamar para las comidas al toque de las campanas de la catedral, detalle que, lógicamente, molestaba al vecindario. El embajador, ofendido en su calidad de español para el cual un extranjero, por muy alcalde que sea, no es quién para decirle cómo ha de conducirse en sociedad, ordenó a sus criados que a partir de ese momento se olvidaran de las campanas y le llamaran usando los cañones. Ya se puede usted imaginar lo que los italianos pensaban de este señor en particular y de lo español en general.

Aún tuvo ocasión José de Espronceda, a principios del XIX, cuando llegó exiliado a Inglaterra, de percatarse de cómo se las gastaban sus compatriotas. A pesar de que el gobierno inglés les daba una subvención en calidad de exiliados ellos apenas se mezclaban con los nativos, de tal modo que Espronceda, medio asombrado y medio divertido, escribió a su padre diciéndole que Londres era el sitio ideal para que los ingleses practicaran español. Esto no ha cambiado sustancialmente.

Y de este modo, más o menos, fue como labraron nuestros abuelos el prestigio de lo español.  Inmerecidamente, por supuesto. Pero lo triste es que quienes más pábulo dan a esto del desprestigio español son los propios españoles. Sobre todo, los gobernantes españoles. Luego se extrañarán de que los catalanes quieran romper la baraja. Pero si hasta la alcaldesa de la capital de España se pone a vender su producto en lengua extraña. Como si fuera más digno hacer el ridículo en inglés que salir por la tele hablando en castellano. Como si hablar el idioma de Quevedo fuera una broma al alcance de cualquiera. Por cierto, hoy es el aniversario de Quevedo, el cual hablaba latín, griego, hebreo, pero, sobre todo, castellano como nadie más ha vuelto a hacerlo, aunque ya verá usted como no encuentra hoy nada oficial que ensalce su memoria. Quizás si fuera inglés. Quizás si fuese americano. O alemán. Por eso no me hacen gracia los chistes sobre el relaxing cup of café con leche de Ana Botella. No me irrita su inglés, me irrita que escondiera su lengua por cuestiones de prestigio. De desprestigio. Al último amigo que me envió uno de estos chistes le escurrí el bulto preguntándole si sabría decirme algo acerca del rey español Carlos V. Ni un minuto tardó en hablarme del Imperio, de la gota y de Yuste. Ese es Carlos I, le dije. España no ha tenido jamás un Carlos V. Carlos V es de Alemania. ¿Y entonces, preguntó el tipo, por qué tenemos en Extremadura una Fundación Carlos V? Pues por lo del relaxing, dije. Por vergüenza de lo propio y el prestigio de lo ajeno.
Artículo publicado en el diario HOY el sábado 14 de septiembre del 2013

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