CARTA DE REYES

Si nada lo remedia, esta será mi última carta de reyes. No es una carta de desengaño, es un informe de cese de actividades. Voy a echar el cierre al quiosco de mi ingenuidad y de mis fantasías, por agotamiento de existencias. Adiós ríos, adiós montes. Adiós reyes, ahí os quedáis. Ya no puedo seguir fingiendo indiferencia ante vuestra caradura. Demasiados siglos aprovechándose del trabajo ajeno, del esfuerzo de las familias humildes, para, sin mover un dedo, nada más que por figurar, llevaros vosotros el mérito todo. Te sacrificas comprándole al niño el portátil y resulta que lo han traído los reyes. Le regalas a la niña la moto, y han sido los reyes. Paras un golpe de Estado, y el mérito es de los reyes. Pues se acabó. Que me borren. Ya no soy melchorista, ni baltasarista, ni gaspasarista, ni juancarlista.

Puede que el oficio de un rey del siglo XXI sea el de representar, y como tal oficio no se le pueden poner pegas; pero que a mí me represente un rey es una broma de tan mal gusto como si nombraran a Tom Cruise representante del club de feos y perdedores de la Tierra. Solo serviría para irritar a los feos. Sobre todo cuando supieran que por esa representación se endosaba el tipo un montante de no te menees, por la cara, y vitalicio. Yo preferiría que me representara un feo de la cantera, elegido cada cierto tiempo entre los demás feos.
Ya es triste no poder andar por el mundo representándose uno a sí mismo, pero si se hace necesario de toda necesidad el tener un representante, llevo medio siglo mirando las cartas de menús de los restaurantes por la fila de los números; que me represente un contable.
La sustancia de los reyes es el corcho: por mucha crisis, por muchas guerras, por muy grande que sea la revolución siempre salen a flote. La mía es de plomo, un leve movimiento en la bolsa de un rincón del planeta basta para que me hunda en el fondo del charco, siempre hacia abajo; que me represente un plomero.
Los estudios de mis hijos los pago haciendo desaparecer vacaciones, resucitando ropa vieja, multiplicando panes y peces; que me represente un mago.
Me despierto y lo primero que hago es mirar al cielo, calculando por qué lado me caerá el chaparrón de hoy; que me represente un campesino.
Todo en torno a mí son recortes, tijeretazos y remiendos; que me represente un sastre.
Cualquiera, menos un rey. El monarca ya tiene bastante con representarse a sí mismo. El propio nombre lo dice. Yo no le veo la gracia. Además, desde que se inventó el estéreo y el sonido soundround, lo mono es un atraso, queda retro, y las reparaciones son carísimas.
Dicho lo cual, solicito atentamente cursen esta petición de baja en el club de los ilusos. Por mí, ahórrense este año el viaje desde Oriente, la mirra, el incienso y el discurso de navidad, que del oro no les digo nada porque nunca hasta la presente se acordaron.
Suyo.

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