EL TRIUNFO DE DIANA LA CAZADORA

Hacia las cinco de la tarde adelanto en la autovía a un camión de transporte de ganado y esos pocos segundos de maniobra bastan para dejarme abierta en la retina una herida que promete no cerrarse en lo que resta de verano. Son docenas de ovejas las que se apelotan silenciosas, asfixiadas y dóciles en una tartana enrejada que las conduce hacia una muerte inevitable. No voy a ponerme sentimental, soy de los que en el plato apartan la lechuga para no hacerle estorbos al chuletón, pero es que una de ellas me mira con sus ojos alucinados, inquisidores y punzantes como dos signos interrogativos y me lleva a la eterna cuestión de si no será hora de replantearnos el trato cruel y sin respeto que dispensamos a los animales. En realidad, el poco respeto que sentimos hacia la vida en general.

Es poco probable, a mi entender, que los hombres nos miremos con indulgencia los unos a los otros si no somos capaces de ver a un ser vivo con distintos ojos con los que miramos a un cenicero. Cuando la vida vale tan poca cosa como para ser medida en euros, poco importa que esta vida venga con el envoltorio de una oveja o en el de un niño sirio o una mujer mexicana. Mientras no se demuestre lo contrario, vivir es algo que sólo te pasa una vez en  la vida. Y parece una locura que lo más reseñable que dejemos los humanos de esa experiencia sea una total falta de respeto hacia el vivir y una devoción sin ambages hacia la violencia.

Llámeme usted ingenuo si quiere, pero no me creo que en la era de las altas tecnologías sólo se nos ocurra solucionar las discrepancias con bombas de racimo. Y es raro un verano que acabe sin la amenaza de una guerra necesaria y justa. El verano posee una predisposición literaria y literal a la violencia, como si la calina de los atardeceres de agosto trajera disuelta en sus vapores algo de la sangre de Diana, la diosa cazadora, que tenía fama entre los clásicos de quisquillosa, cruel y vengativa, lo cual justifica que se le rindiera homenaje en agosto.

Digo yo que por eso mismo tiene su punto que ahora suene en la radio del coche esta noticia en la que se cuenta que una mujer de Ciudad Juárez aprovecha el sopor de la noche mexicana para salir a matar a conductores de autobús a los que se sospecha violadores de muchachas. Ya lleva dos. En Ciudad Juárez muere asesinada una mujer cada día. Ni se sabe las que sufren violencias y violaciones. La prensa la llama asesina serial y Diana Cazadora, como si sus actos los moviera la venganza y no un grito de auxilio. En un país donde la vida de una mujer vale menos que la de una oveja o la de un cenicero parece lógico que se alce una voz que grite hasta aquí hemos llegado. Aunque sea la voz de un revólver en medio de una noche de verano. Parece lógico pero no lo es. Cada asesinato es una degradación de nuestra especie. Cada disparo es una guerra. Y hace siglos que de las guerras sólo sale gananciosa Diana la cazadora, la diosa a la que menos importan los hombres.  

Artículo publicado en el diario HOY el sábado 7 de septiembre del 2013

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