MALDITOS GENES

Ayer, sin ir más lejos, me acerqué al notario de la esquina para modificar mi testamento. Le dije: quiero dejar a mis hijos mis bienes todos, excepto los genes, que, a decir de la patronal, me vienen hechos un cisco de serie. El señor notario se echó a reír y me dijo que conmigo ya eran seis los que acudían por el mismo asunto. No es para menos, me lamenté, porque si es cierto lo que dice el informe del señor Juan Rosell, estoy condenando a mis hijos a ser unos pringados de por vida, como la vida me condenó antes a mí. Calle, hombre, y no diga barbaridades, que la historia está llena de personajes humildes que con esfuerzo y una adecuada educación han llegado tan lejos como cualquiera. Ahí tiene usted a Louis Pasteur o a Saramago, por citar un ejemplar de ciencias y otro de letras. Lo único real que hay en estos informes es el interés de quien los paga por arrimar el ascua a su sardina. Saben, porque lo aprendieron de Edward Bernay, que rebozar unos datos falsos con nomenclatura científica ayuda a confundir al personal y dirigirlos hacia donde a ellos le es más rentable. Este Edward Bernay, entre otras muchas cosas, logró convencer a las mujeres de principio del XX de que el mejor símbolo para la liberación femenina era ponerse a fumar como carreteros, contratado, por supuesto, por la American Tobacco Company. Otros como él nos convencen de que para ser modernos hay que gastar dinero en depilarse, en hacer turismo rural, beber potingues isotónicos o lo que sea que venda cada cual. Levante usted, amigo mío, un pico de estos informes y descubrirá en ellos el rabo del diablo, es decir, del dinero. Y si sabemos todo esto, dije yo, por qué continuamos dejándonos engañar impunemente. No lo sé, me contestó, supongo que debe ser algo gregario que llevamos en los genes. 
Publicado en el Periódico Extremadura

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