PLAGAS

 Por septiembre hace su agosto la langosta. Pero, ¿para qué sirve una langosta? ¿Quién probó la ensalada de langosta, las alas de langosta, la pechuga acorazada de una langosta? ¿Quién, que no tenga el estómago de un chino, es capaz de meterse en la boca algo tan repugnante como una langosta? ¿Para qué creó Dios entonces a la langosta? Pues muy fácil, para fastidiar. La langosta sólo sirve para indicarnos los cambios de humor de Dios. Cuando Dios se enfada, va y nos manda una plaga de langostas o de cualquier otra cosa repugnante. Da igual que sea la peste, el Sida, la televisión, o políticos incapaces de solventar una crisis. 
 
Ahora mismo, sin ir más lejos, anda la langosta por el sur del Sahara, desde Senegal hasta Chad, comiéndose todo cuanto se pone a su paso y dejando a las puertas de la muerte a millones de personas que no comprenden por qué Dios les envía esos disgustos, cuando con el mismo esfuerzo igual les podía mandar una plaga de cerdo ibérico o una ristra de pozos de petróleo. Sin embargo, es raro que algo así ocurra, porque los senderos del Señor son inescrutables; que es la forma en fino de admitir que no hay quien lo comprenda. 
Quizás por eso, para tratar de comprender de primera mano los designios de la Divina Providencia, la plana mayor de la política extremeña se personó en la toma de posesión del nuevo arzobispo de Mérida-Badajoz y se colocó en primerísima fila, por ver si pillaba algo. En la fotografía que del evento sale en los periódicos se les ve a todos muy serios, muy circunspectos y con cara de tener la cabeza bullente de ideas importantes, como invadida por una plaga de pensamientos profundos, espirituales, y llenos de sustancia. 
Podría pensarse que nuestros políticos aprovecharon la ocasión al final de la misa para levantar el dedo, como hacíamos cuando chicos en clase de religión, y preguntarle al señor arzobispo porqué el Creador consiente desmanes como el de las langostas africanas o como el de los asesinatos de los niños rusos, por poner por caso, o lo que es peor, cómo deja el orden del mundo en manos de quien lo tiene puesto. Pero nada, nadie levantó el dedo. Lo cual es una verdadera lástima, puesto que es de suponer que los políticos y los arzobispos son señores muy sabios, con respuestas a estas y a otras preguntas menos incómodas; si no fuera así, si los arzobispos andasen tan ignorantes de las cosas elevadas como cualquier particular, para qué serviría entonces un arzobispo. Menos que una langosta.

El señor presidente de la Junta ha manifestado que la sociedad actual se siente traicionada por los artistas, que no son capaces de mover ni un grano de la arena en la que se desarrolla la humanidad, que les tienen comido el terreno los banqueros, que no hacen otra cosa que dar por saco. ¿Y qué quiere el señor presidente que le hagamos? ¿Cómo luchar contra una plaga? Y los banqueros y los políticos son la nuestra. Él mismo debe sospechar que para este mal no hay remedio, cuando ha puesto al frente del Gabinete de Iniciativa Jovén sólo a banqueros y a políticos. 
 
Sospecho que en esto de las plagas, como en casi todo lo demás, el Señor ha levantado planes invisibles y ha reservado a cada civilización su plaga particular. A los países pobres envía puntualmente una porción de tifones, de sequías, de cólera morbo y otras porquerías microscópicas, de dictadores y de langostas; mientras que a nosotros, que para algo estamos hechos a su imagen y semejanza, nos tiene adjudicadas plagas sutiles, como programas televisivos, automóviles, terroristas, maltratadores, hipotecas, políticos tibios, banqueros voraces y cantantes de flamenco rock. 
Las plagas son el termómetro con el que Dios manifiesta su humor; y el nuestro lleva una temporada hecho un obelisco; por lo menos los dos últimos billones de años.

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