EL ARTE DE LA NOVELA, MILAN KUNDERA

AFORISMOS sacados de:

El arte de la novela, Milan Kundera
Tusquet Editores, 1986
Traducción de Fernando de Valenzuela y María Victoria Villaverde
Para mí, el creador de la Edad Moderna no  es solamente Descartes, sino también Cervantes.
Si es cierto que la filosofía y las ciencias han olvidado el ser del hombre, aún más evidente resulta que con Cervantes se ha creado un gran arte europeo que no es otra cosa que la exploración de este ser olvidado.
Descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela. La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral. El conocimiento es la única moral de la novela.
Hoy, la historia del planeta es, finalmente, un todo indivisible, pero es la guerra, ambulante y perpetua, al que realiza y garantiza esa unidad de la humanidad largo tiempo soñada. La unidad de la humanidad significa: nadie puede escapar a ninguna parte.
El espíritu de la novela es el espíritu de la complejidad. Cada novela dice al lector: “las cosas son más complicadas de lo que tú crees”. Esa es la verdad eterna de la novela que cada vez se deja oír menos en el barullo de las respuestas simples y rápidas que ceden a la pregunta y la excluye.
El espíritu de la novela es el espíritu de la continuidad. Cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada obra contiene toda la experiencia anterior de la novela. Pero el espíritu de nuestro tiempo se ha fijado en la actualidad. Metida en este sistema, la novela ya no es obra destinada a perdurar, a unir el pasado al porvenir, sino un hecho de actualidad como tantos otros, un gesto sin futuro.
Todas las novelas de todos los tiempos se orientan hacia el enigma del yo. En cuanto se crea un ser imaginario, un personaje, se enfrenta uno automáticamente a la pregunta siguiente: ¿qué es el yo? ¿Mediante qué puede aprehenderse el yo? Esta es una de las cuestiones fundamentales en las que se basa la novela en sí.
No hay aparentemente nada más evidente, más tangible y palpable, que el momento presente. Y sin embargo se nos escapa completamente. Toda la tristeza de la  vida radica en eso.
La historia de Europa, desde el año mil hasta nuestros días, no es sio una aventura común. Formamos parte de ella y todos nuestros actos, individuales o nacionales,  sólo revelan su significado decisivo si los situamos en relación ella. Puedo comprender a don Quijote sin conocer la historia de España.
Si Dios no cuenta y el hombre no es ya el dueño, ¿quién es entonces el dueño? El planeta avanza en el vacío sin dueño alguno. Ahí está la insoportable levedad del ser.
La novela no examina la realidad, sino la existencia. Y la existencia no es lo que ya ha ocurrido, la existencia es el campo de las posibilidades humanas, todo lo que el hombre puede llegar a ser, todo aquello de que es capaz. Los novelistas perfilan el mapa de la existencia descubriendo tal o cual posibilidad humana. Pero una vez más: existir quiere decir “ser-en-el-mundo”.
A la novela la entorpece la “técnica”, las convenciones que actúan en lugar del autor: exponer al personaje, describir un ambiente, introducir la acción en una situación histórica, llenar el tiempo de la vida de los personajes con episodios inútiles. Mi imperativo: liberar la novela del automatismo de la técnica novelesca, darle densidad.
Fuera de la novela, nos encontramos en el terreno de las afirmaciones: todos están seguros de lo que dicen: el político, el filósofo, el portero. En el terreno de la novela, no se afirma: es el terreno del juego y de las hipótesis. La meditación novelesca es pues, esencialmente, interrogativa, hipotética.
La novela es una meditación sobre la existencia vista a través de personajes imaginarios.
Se interpreta muchas veces a los héroes de Kafka como la proyección alegórica del intelectual, sin embargo Gregorio Samsa no tiene nada de intelectual. Cuando se despierta convertido en cucaracha, sólo una cosa le preocupa: ¿cómo, en este nuevo estado, llegar a tiempo a la oficina? En su cabeza sólo hay la obediencia y la disciplina a las que su profesión le ha acostumbrado: es un empleado, un funcionario, y todos los personajes de Kafka lo son; funcionario concebido no como un tipo sociológico, sino como una posibilidad humana, una forma elemental de ser.
Belleza, la última victoria posible del hombre que ya no tiene esperanza.
Los libros se publican con caracteres cada vez más pequeños. Imagino el fin de la literatura: poco a poco, sin que nadie se dé cuenta, los caracteres disminuirán hasta hacerse completamente invisibles.
A todos aquellos que exaltan el estrépito de los medios de comunicación, la sonrisa imbécil de la publicidad, el olvido de la naturaleza, la indiscreción elevada al rango de virtud, hay que llamarlos colaboracionistas de la modernidad.
En Europa vivimos el fin de la Edad Moderna; el fin del individualismo; el fin del arte concebido como expresión de una originalidad personal irremplazable; un fin que anuncia una época de una uniformidad sin parangón.
¡Maldito sea el escritor quien primero permitió a un periodista que reprodujera libremente sus comentarios! Dio inicio al proceso que no podrá sino conducir a la desaparición del escritor: el que le hace responsable de cada una de sus palabras.
Todos los novelistas escriben, probablemente, una especie de tema (la primera novela) con variaciones.
Mi norma: muy pocas metáforas en una novela; pero éstas deber ser sus puntos luminosos.
NOVELA: la gran forma de la prosa en la que el autor, mediante egos experimentales (personajes), examina hasta el límite algunos de los grandes temas de la existencia.
Las grandes novelas son siempre un poco más inteligentes que sus autores. Los novelistas que son más inteligentes que sus obras deberían cambiar de oficio.
La novela no nació del espíritu teórico, sino del espíritu del humor.

Uno de los fracasos de Europa es el de no haber comprendido nunca el arte más europeo –la novela; ni su espíritu, ni sus inmensos conocimientos y descubrimientos, ni la autonomía de su historia.

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