LA GRAN EVASIÓN

Se llama ironía a la fina burla disimulada, mientras que el sarcasmo es la burla que ofende. Abro la ventana y miro a mi alrededor y trato de comprender si el mundo que me rodea es irónico o sarcástico. Tengo dudas. Así, a botepronto, mirando a derecha e izquierda, la primera conclusión a la que llego no es desesperanzadora. Pienso que hemos conseguido entre todos un milagro. Aunque sea un milagro sarcástico. O irónico, no estoy seguro. Desaparecieron de las ciudades españolas los perros callejeros, aquellos que en mi infancia atestaban las calles y los campos. Ese es el milagro. Lo irónico o lo sarcástico es que somos incapaces de hacer que desaparezcan las personas sin techo, los náufragos de ciudad. En Madrid, como en todas las grandes ciudades modernas, los hay por todos lados, convertidos ya en esa parte del mobiliario urbano en la que nadie repara.

Otro punto de ironía o sarcasmo que vislumbro desde mi ventana es que junto al banco donde duerme una anciana, un grupo de chicos y chicas hacen cola para entrar en una discoteca. Trato de buscar una relación entre los dos hechos. Los que esperan para divertirse y la anciana, que se cubre la cabeza con una manta como huyendo del mundo. Y se me ocurre que puede que ahí esté la relación. Después de todo, me digo, unos y otros lo que buscan es un modo de evadirse, de huir del mundo.

Y evadirse no está mal. El meollo está en el medio que uno use para la evasión. Es otra de esas cosas que puede considerarse irónica o sarcástica, según se mire. Con el dinero de la heroína se sufraga a los talibanes. Con el de la cocaína a los sicarios de todo el mundo. Con cada copa de alcohol y cada cajetilla de tabaco minas tu salud y enriqueces a los monopolios. Lo irónico del asunto es que uno se inyecta o bebe o fuma o esnifa para evadirse de las miserias del mundo, olvidando que el mundo es cada vez más miserable precisamente porque la preocupación de mucha gente es sencillamente evadirse, al precio que sea. La evasión se ha convertido en el gran negocio que mueve las ruedas del capitalismo, el insaciable surtidor de los que buscan consuelo en mundos artificiales solo porque el mundo real les mira con cara de perro. Y no precisamente de perro abandonado.

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