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Foto del hada aparecida en México |
Estos días la noticia que ha revolucionado México ha sido el hallazgo de un hada que acabó muriendo entre las manos del chaval que la encontró. Cuando han analizado a la supuesta hada, resultó ser un simple muñeco de silicona. ¿ O no? Yo os pongo un par de enlaces sobre la noticia, pero también os relato una historia muy a propósito con el asunto, y que cada cual piense lo que quiera.
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Extremadura es, ha sido siempre, escuela de calor. En las noches de verano de mi adolescencia, cuando salía por ahí con mis amigos, temía el regreso a casa porque por entonces las mujeres sacaban las hamacas a la calle y todo el pueblo se convertía en un mapa de tertulia. Los muchachos educados y tímidos hacíamos el camino de regreso por el medio de la calle, soltando cada cuatro pasos un obligado «buenas noches» como una letanía veraniega que los vecinos te devolvían casi a coro.
Muchas veces, muchísimas veces, si al doblar una esquina me encontraba con una calle repleta de hamacas, se me hacía un nudo en la garganta y, con disimulo, daba la vuelta, por ahorrarme la letanía, y buscaba otra alternativa. Lo malo es que en la mayoría de los casos la alternativa era una nueva calle atestada de hamacas y de saludos.

Caminé un buen trecho mirando hacia el cielo, por ver si entre el puzzle de estrellas aparecía un ovni, un carro de fuego, una señal, algo. Ensimismado, absorto, acabé tropezando con un bulto. Caí al suelo. Y eso no fue lo que más me sobresaltó, lo que me llenó de espanto fue que el bulto, a su vez, arrojara un grito de dolor y de miedo mayor aún que el mío. Resultó ser un tipo de unos cuarenta años, envuelto en una manta de camuflaje, con prismáticos de camuflaje y con el rostro a rayas negras y verdes, a lo Rambo. Temí lo peor: un asesino, un secuestrador, un chiflado en busca de parejas de novios que le alegrasen el insomnio, y resultó que no; mi Rambo resultó ser solo un romántico, es decir, un enamorado de lo paranormal. Mi inquietud se aminoró algo cuando me dio su nombre y, sobre todo, su oficio: Robert Amendola, cazador de hadas.
Cualquiera que sea algo aficionado a la poesía sabe de sobra que todo poeta es un buscador de lo paranormal, un iluso, y como, de puro adolescente, yo no había aún matado al poeta que vivía en mí, ni me escandalicé siquiera con su confesión, antes bien me lo hizo cercano y simpático. Me senté a su lado y escuché su historia.
Resultó que el tal Amendola llevaba gastada una mediana fortuna en su desquiciado propósito de demostrar la existencia de las hadas. Ahora parecerá una estupidez, pero yo me lo tomé tan normal. Después de todo era un extranjero y, de los extranjeros, en la escuela de calor, no se escuchaban más que extravagancias. El caso es que allí estaba yo, sentado bajo las estrellas, escuchando a un tipo vestido como para cazar dinosaurios, hablando sin parar sobre las hadas: No son una quimera, me dijo, yo las he visto con mis propios ojos.

Yo era muy joven, la noche perfecta y la melancolía de mi nuevo amigo Robert Amendola se me hacía contagiosa y asfixiante, como un perfume para el que aún no estaba preparado. De modo que decidí regresar a la escuela de calor. Era tan tarde que en las calles no encontré ni una hamaca, solo silencio y estrellas. De Amendola nunca más volví a saber. Pero del hada sí. Justo hoy. En un periódico mexicano.