SORTILEGIO PARA SERENAR A LA (PIERNA) DERECHA

En la antigua carretera Sevilla, actual avenida Rodríguez Ibarra, algún día habrá un percance serio. Pasan los coches como ambulancias, como si de repente todo el mundo se estuviera examinando para sustituto de Fernando Alonso.  

Esta calle es digna de un estudio psicológico. Desde que pasó a llamarse Avenida Rodríguez Ibarra parece como si al entrar en ella el pie derecho del conductor se le volviera más de derechas y le entrara un picazón, un frenesí, unas ansias irrefrenables que le hacen pisar a fondo, buscando escapar de allí a toda prisa y meterse, pongamos por caso, en la Plaza de la Constitución o en Plaza España, donde la conducción es más irritante, estrecha y sinuosa, pero tradicional y de toda la vida. 
Lo curioso es que esta avenida de la que hablo acaso sea la más espléndida de Almendralejo, sin duda la más ancha, larga y transitada, pero eso, a los conductores, es evidente que les trae al fresco. Y digo que es curioso porque a cada cierta distancia están dibujados sus correspondientes pasos de peatones, instalados los pertinentes indicativos de límites de velocidad, que son, eso sí, como gigantescos e inservibles hongos a los que nadie hace caso. Es esta una avenida plagada de industrias, de hoteles, de colegios y, no obstante, los coches, cualquiera puede comprobarlo a cualquier hora, atraviesan indiferentes a estas contingencias.

Ahora bien, he observado un caso curioso. A cierta altura, a pocos metros antes de llegar a esa obra donde se construye el nuevo edificio de juzgados, el ayuntamiento ha montado un humilde, ruin y diminuto resalto. Es una modesta franja de plástico y chapa, no mayor que una alfombra de baño, pero, maravilla de maravillas, ante ella los conductores frenan, sosiegan y pasan por encima con una delicadeza exquisita, como temiendo quebrar tan delicada industria. Una vez superado el obstáculo, ni qué decir tiene que el sortilegio desaparece y vuelven a acelerar y a cruzar por la avenida como alma que lleva el diablo o como si les persiguiera el mismísimo Ibarra para largarles un discurso, un responso, un algo. La conclusión es que lo que no consiguen las amenazas de multa o la tragedia de quitarle la vida a alguien lo consigue un resalte, es decir, que si nos ponemos a analizar, va a resultar que nos preocupa más los amortiguadores del coche que la vida del prójimo.

Si yo fuera Ibarra pedía ahora mismo que le cambiaran el nombre a la calle. Avenida Emerson Fittipaldi le cuadra más, mucho más, dónde va a parar.

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