SUPERTRAMPOSOS

  

Yo estuve en el concierto de Supertramp en Madrid, un 12 de noviembre, tal como hoy, pero de 1979, que se dice pronto. Caía sobre el asfalto una lluvia lánguida, inocente. Hoy llueve tras los cristales y sobre los recuerdos. Supertramp ya no existe, Madrid no es la capital de la movida ni del zumo de neón, y el muchacho aquel tiene hijos con más años de los que él tenía por entonces.  

Recuerdo que abrieron el Pabellón una hora antes del concierto. Lleno absoluto. Y en cada corro, más que música, bullía una especie de fiebre de política, de democracia recién estrenada. Éramos muy jóvenes y muy estúpidos, pero se mascaba el sueño de una España en Europa y de una Europa común, de una lengua y una moneda común. De una grandeza común. Y casi, casi estuvimos a punto de conseguirlo. Quieren hacernos creer que fallamos por indolentes, por vagos, por ser pueblo de poco pelo. Yo no lo veo así. Aquí todas las mañanas han funcionado las tahonas y se han puesto en marcha los autobuses. Lo que ha fallado es que pusimos los sueños en manos de gente que gasta quinientos mil euros en un debate para quejarse de lo seria que es la crisis y lo mal que está todo, sin que la cara se les caiga de vergüenza. En el capítulo de desatinos sólo nos faltaba por ver cómo sacan a la Casa Real los colores, republicanos para más señas: ellos se ponen morados y la prensa les pone rojos y amarillos. Como siempre, aquí los que han fallado son las bandas de los supertramposos.


Pero ya no estamos en el 79. No tiene sentido escuchar las mismas coplas ajadas de las mismas bandas sin crédito. Es hora de que suban al escenario bandas nuevas, menos aparatosas quizá, pero con letras ilusionantes y un sonido fresco, directo y honrado. Sobre todo más honrado.
 
 

publicado en la contraportada del periódico Extremadura

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