THE COMPANY MEN

The Company Men es una buena película por varias razones: por lo que cuenta, por cómo lo cuenta, por el regusto que deja en el paladar cuando llega el the end, por el runrún que persiste en la cabeza horas después de haber finalizado la película.
The company men no es mero entretenimiento, ni tampoco es una película de mensaje fácil, de esas que se hacen para agradar a la clientela, ni, como muchas de las pelis pseudocríticas que se hacen ahora, para decir “qué modernos y qué estupendos que somos quejándonos del sistema mientras miro una película en mi super-pantalla extraplana”. No. Esta es una película espejo. Te miras en ella y ves la complejidad del mundo moderno: hipocresía, cobardía, desfocalización de los puntos que en verdad importan, infantilismo. Pero también ternura, fidelidad, renuncia, crecimiento, madurez.
The company men habla de crisis económica pero, sobre todo, habla de crisis de valores. Por eso mi personaje preferido es el que interpreta Rosemarie Dewitt, la mujer del protagonista. Secundario pero inmenso; esquinado pero fundamental; incidental, es decir, tremendamente humano. Su nombre ni siquiera aparece en la cartelera, pero si quitas a este personaje de la película la conviertes en otra peli más de cartón piedra, algo sin pálpito ni sangre.

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