Puede que yo sea de esa clase de tipos a los que nunca se les aparece la Virgen ni les toca jamás el cupón, pero eso no me convierte en un descreído. Hay cosas que creo a pie juntillas. En zombis, por ejemplo. Aunque creer en zombis no tiene mucho mérito, porque llevo toda la vida viéndolos. Gente que camina por la calle, que viaja en coches -no siempre oficiales- y hace cruceros por esos mares de Dios sin darse cuenta de que llevan años muertos.
Como a los zombis de las películas, les mueve un hambre insaciable, solo que, a diferencia de los de las películas, la suya no es un hambre de carne humana, sino de ilusiones, de sueños humanos. La Naturaleza hace cosas así de raras. Para estos zombis, un joven criado entre libros y bien cebado con ideas de esas que antes se llamaban humanistas -esas que consisten en creer que la ciencia, la música y la poesía son un arma de protección masiva-, es un bocado exquisito.

Contraportada del Periódico Extremadura, 23 de junio 2012