Ser formidable ya no es lo que era

He aquí una de esas palabras que confunde a los extranjeros estudiantes de la lengua española. La voz “formidable”, esa que lo mismo sirve para designar algo temible que algo magnífico. Ahí está la definición del RAE para quien no lo crea.

¿Entonces, en qué quedamos? ¿Un suceso formidable es algo digno de ser calificado de terrible o de admirable? Depende a qué hispanohablante le preguntes. O mejor dicho, dependerá de la época a la que pertenezca el hispanohablante en cuestión. Si le preguntas, por ejemplo, a Cervantes o a Quevedo te dirán que ellos solo conocen un significado para esa voz y la harán sinónima de espantoso y horrible. Pero si le preguntas a cualquier periodista actual te dirá maravillas de todo lo formidable.

Y es que esta palabra ha hecho un viaje extraordinario. Su origen es la voz latina formido: temor, espanto– que proviene del verbo formidare: temer en extremo.  En la edición actual  del Diccionario de la Lengua Española  aún consta –aunque como desusado – el verbo formidar: temer, recelar. Es una voz que encontramos, por ejemplo, en las fachadas del Centro Cultural Conde Duque de Madrid en las que figura un viejo lema que perteneció a la Guardia Real hasta 1820 : Solvit Formidine Terras,  «libera la tierra del terror».

Elías Zerolo, en su Diccionario enciclopédico de la lengua castellana de 1895, afirma que Formidable y Temible son palabras que empleamos para decir de las cosas que presentan un grande peligro; pero FORMIDABLE indica un peligro cercano, inminente; y TEMIBLE un peligro más lejano. Un numeroso ejército que invade un reino es formidable; un príncipe que aumenta continuamente sus fuerzas y su poder, es temible. La aparición repentina de una cosa que puede acarrear un grande mal, es formidable. La ira de un hombre poderoso es temible.

En cualquier caso, para Zerolo aún tenía la voz formidable un claro sentido negativo. Sentido que constó en todos los diccionarios desde que la incluyera por primera vez el Autoridades de 1783 hasta el RAE de 1984, donde se inaugura esa nueva etapa en la que al fin se le concede el título de voz familiarmente usada para designar algo estupendo o magnífico. Muchos siglos desde el terror a la luz. Sin embargo, el viaje no ha llegado a su fin.

Como señala Javier Figueiredo en su artículo de noviembre del 2021, es un viaje similar al que en la actualidad está haciendo la palabra “brutal”, empleada por siglos para designar algo violento y propio de bestias y que en la actualidad está desplazando a codazos a la voz formidable, que, ay, ha quedado relegada al lenguaje de los libros y a la boca de los pedantes.

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