El corazón, ese incordio

Las metáforas del corazón

Por la radio alguien canta que tiene el corazón contento, lleno de alegría o, por el contrario, el corazón partío o como un músculo sano que necesita amor. ¿Cuántas veces escuchamos la palabra corazón a lo largo del día? Un músculo tan pequeño, tan discretamente escondido entre pecho y espalda y siempre en la flor de los labios. Recuerdas de corazón, amas con el corazón, hablas con el corazón en la mano. O cierras los ojos para no sufrir, que ojos que no ven, corazón que no siente.

Pero ¿en verdad se nos alegra el corazón cuando nosotros nos alegramos? ¿En verdad nos parten el corazón cuando nos dan una mala noticia? Claro que no. Son maneras de hablar. Metáforas de las que el corazón ha sido, desde la antigüedad, un extraordinario manantial. Pero también son mucho más, son un mapa que nos ayudan a entender el modo en que percibimos y nos relacionamos con el mundo.

En los tiempos de Homero, “el corazón es solamente un órgano, asiento de la memoria, pero nada más” (E. Benveniste). Este modo de vincular corazón y memoria generó metáforas que relacionaban al corazón con la sensatez, con la conciencia, con el sentido de la realidad. Cuando decimos de alguien que “mantenemos vivo su recuerdo en nuestro corazón”, estamos haciendo alusión a esa vieja identificación entre corazón y memoria. Desde Varrón sabemos que recordari proviene de la metáfora rursus in cor revocare, esto es, volver a pasar por el corazón.

Los romanos tuvieron sus propias palabras para expresar este tipo de metáforas. Dos de ellas fueron particularmente significativas para la lengua española. Cordatus y accordare.

Cordatus

Cordatus designaba al hombre de ingenio, al sensato, al cuerdo. Pasará al romance como acordado. De ahí procede nuestro acordar y recordar con el sentido de despertar, recobrar el sentido, y todas las metáforas que apuntan en esa dirección. Hay una larga corriente filosófica que entiende la vida como un sueño del que es necesario despertar. Es una corriente que fluye desde Platón hasta Mátrix, pasando por Calderón y por Nietzsche. Para ellos, acordar es el verdadero vivir, por más que “después de acordado da dolor”, que decía nuestro Jorque Manrique. Acordar es, desde este punto de vista, liberarse del miedo, surgir a la realidad.

Ahora bien, repensar y revivir lo vivido no siempre es grato. Puede ser causa de dolor. Es lo que lleva a Cervantes a escribir la que tal vez sea la frase más afortunada para expresar el desprecio hacia algo de cuyo nombre no quiere uno acordarse.

Y es lógico que, si acordar se entendía como equivalente a despertar, alguien acordado llegara a ser, por extensión, alguien despierto, esto es, alguien con los ojos abiertos al mundo, inteligente, perito en alguna materia, es decir, un experto, que, dicho sea de paso, es el origen de la palabra despierto.

Accordare

Viñeta de The awkwardyeti

El otro vocablo importante, Accordare, era usado por los latinos con el significado de poner de acuerdo dos o más personas o cosas. Este es el origen de palabras como acorde musical, concordia, o su contrario, discordia. Y el que nos hace posible entender la misericordia como el acto de acompasar nuestro corazón al dolor de un corazón ajeno.

A partir de San Agustín el corazón deja de ser un simple órgano para concebirse como sede espiritual del alma. No en balde el símbolo de los agustinos es un corazón. La nueva concepción del corazón como baluarte del sentimiento y no de la razón está implícita en el aforismo de Pascal: el corazón tiene razones que la razón desconoce. Lema romántico por excelencia. La lengua castellana traduce esta nueva cosmovisión por medio de metáforas del tipo: ser todo corazón, hablar con el corazón en la boca, querer a alguien de corazón, etc. Ahí está el origen de palabras como coraje, que es el sentimiento de los corazones fuertes. O de cordial, que es, amén de alguien de corazón afectuoso, el licor que se usa para confortar al corazón del enfermo.

Los misterios de la circulación

Todo esto cambiará en el siglo XVII, cuando el inglés William Harvey desvele los misterios de la circulación de la sangre. A la carga intelectual de los clásicos y a la espiritualidad del cristianismo se le añadirá ahora una visión maquinista, pragmática. El corazón deja de verse como recipiente de toda espiritualidad para convertirse en un simple músculo sanguíneo. A partir de este momento surgirán metáforas de corte animista y práctico. El corazón, ese incordio, visto como una máquina de bombear. Es lo que lleva a Bécquer a lamentarse de este modo en su rima LXXVII:

Dices que tienes corazón, y sólo

lo dices porque sientes sus latidos;

eso no es corazón…, es una máquina

                            que al compás que se mueve hace ruido.

También aquí la lengua hace sus distingos. Cuando quiere referirse al corazón como simple órgano, abandona la raíz latina cordis y hace uso de la griega kardio, que es por eso por lo que nos hacen cardiogramas o padecemos cardiopatías o nos machacan en el gimnasio con ejercicios de cardio. Lo cual no significa que haya perdido su misterio. El propio Bécquer, en una famosísima rima dirá:

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan,

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!

ANÉCDOTAS: 

Incordio: nace como término veterinario, referido a una enfermedad en el corazón de los caballos, en concreto, un tumor; lo cual tuvo que causar muchas molestias a los soldados. Y de ahí, por extensión, pasará a significar “persona agobiante o molesta”.

La palabra récord entra en nuestra lengua como anglicismo, pero los ingleses lo tomaron hacia el siglo XI del francés recorder y estos del latín recordari, que significaba tomar nota de algo con el objetivo de ser recordado más tarde. La incluye la RAE en 1927 como: hazaña deportiva que excede a las hechas anteriormente.

Puedes escuchar esta entrada de la sección Te Tomo la Palabra sobre la palabra «corazón» también en los podcast de Canal Extremadura, pinchando aquí.

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