La perra historia de la palabra MONEDA.

Una de las estampas más emotivas que nos ha dejado el cine moderno es la de aquellos señores barbudos de la película Titanic, quienes, ante la certeza de que el barco se hundía, corrieron a vestir sus mejores galas y se sentaron a la puerta de sus camarotes de lujo a esperar a la muerte con una copa de champán en las manos. Es una imagen tierna y solemne, pero no nueva.

Tito Livio ya cuenta en su Historia de Roma que tras la batalla de Alia, 390 a. C., en la que los galos triunfaron sobre los romanos, la ciudad de Roma se halló desprotegida y sin ejército y el pueblo decidió que las mujeres, los niños y los hombres jóvenes con capacidad de luchar debían retirarse tras la muralla de la ciudadela a defender “los dioses, los hombres y el nombre de Roma”, mientras que los ancianos y los incapacitados, se quedarían en sus casas, para no malgastar alimentos en caso de sitio. Entonces “los que habían desempeñado magistraturas curules, con el objeto de morir con los distintivos de su antigua grandeza, de sus cargos y sus méritos, vestidos con la indumentaria más solemne, se sentaron en medio de sus casas en sus sillas de marfil” a esperar a la muerte.

Unos perros negligentes en el origen de la palabra moneda

Y, en efecto, los godos llegaron y pasaron a cuchillo a todo ser vivo que encontraron fuera de las murallas. Comenzó entonces un sitio terrible en el que los galos esperaban vencer por el hambre a quienes no podían vencer por la espada. Y lo habrían hecho de no ocurrir un suceso extraordinario. Descubrieron los galos junto a un viejo templo una roca fácil de escalar por la que podrían acceder al interior de la ciudadela. Y dice Tito Livio que “llegaron hasta la cima en tan profundo silencio que no solo burlaron a los centinelas, sino que ni siquiera despertaron a los perros”. Habrían sorprendido a los romanos sino llega a ser porque en el templo había unos gansos consagrados a Juno que “con sus gañidos y su batir de alas” pusieron en alerta a los romanos, que consiguieron así truncar la invasión gala.

Para conmemorar este triunfo, cada año, en una fecha simbólica, en la Colina Capitolina se crucificaban unos perros guardianes como castigo por la negligencia de sus antepasados en tan grave momento mientras que a los gansos se los llevaba como testigos montados tan ricamente en cojines de color púrpura, como obispos.

Dedication of Temple of Juno Moneta « IMPERIUM ROMANUM

Pues bien, casi cincuenta años más tarde, en el 344 a. C., se construyó en este lugar un templo dedicado a Juno, a la que llamaron Moneta, esto es, la avisadora – del verbo latino monere, que significaba recordar, advertir, aconsejar, avisar – porque fueron sus gansos quienes alertaron del peligro. Con el tiempo, se construyó junto a este templo un edificio destinado a la fabricación de nummus (de donde procede la voz española numismática) –el dinero romano – , unos discos de oro, plata o bronce que llevaban acuñados en una de sus caras la figura de la diosa Juno Moneta, pasándose a llamar a estas piezas monetaes, origen de nuestra palabra moneda.

Moneda y monstruo, un insospechado parentesco

Pero el verbo monere no solo dio moneda sino que también está en el origen de las palabras  mostrar, demostrar, amonestar, monitor. Y monstruo. En efecto, aunque la palabra monstruo está recogida en el Autoridades de 1734 como “parto o producción contra el orden regular de la naturaleza”, los romanos decían que monstrum se llamaba así porque “monet voluntatem deorum”, es decir, advierte de la voluntad de los dioses, ya que para ellos cualquier cosa que se saliera “del orden natural” era por ende un aviso o amonestación de los dioses.

Moneda está recogida en el Vocabulario de Nebrija de 1495, en el Tesoro de Covarrubias de 1611 y entró con todo derecho en el primer diccionario de Autoridades en su edición de 1734. Por supuesto, la palabra moneda servía en aquella época, y sigue sirviendo aún hoy, como genérico para designar a esa abstracción que es el dinero. Pero las monedas en curso recibieron en nuestra lengua nombres diversos de los cuales los más comunes son la propia palabra dinero, que proviene de la voz latina denarius; y peso, del latín pensum, que, en un principio, significaba “la cantidad de hilo que debe hilarse” y que también se toma como unidad monetaria.

Peseta, perra gorda y perra chica. La moneda evoluciona

La peseta, que es voz catalana para designar el diminutivo de peso, nace como moneda nacional un 19 de octubre de 1868, sin embargo, la palabra ya estaba recogida en el Autoridades de 1737 con esta definición: “la pieza que vale dos reales de plata de moneda provincial, formada en figura redonda. Es voz modernamente introducida”.

Dos años después del nacimiento de la peseta, en 1870, el gobierno sacó a curso una moneda de 10 y otra de 5 céntimos en cuyo reverso figuraba un león alzado que sostenía sobre sus patas delanteras el escudo de España. La idea no era mala, pues se trataba de transmitir la apariencia regia y potente del león a unas pobres monedas de céntimo; pero, al parecer, con el manoseo y el mucho uso, la figura del león se desdibujaba, perdía brío, y en la voz del pueblo, tan guasón, tan certero a veces, el león pasó a ser perra gorda y perra chica.  De esta manera es como si la diosa Juno Moneta hubiera querido remunerar la memoria de todos aquellos pobres perros sacrificados durante siglos en el viejo Capitolio romano.

Puedes escuchar este episodio de Te tomo la palabra (en Gente Corriente de Canal Extremadurapinchando aquí.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

CLOSE
CLOSE