Del teatro a la vida cotidiana (4 de 4)

Y aquí va la cuarta y última entrega de términos que hoy son de uso cotidiano y que apenas si dejan ver que tuvieron origen en el ámbito teatral.

  

Palco

Cuando en 1767 Esteban de Terreros y Pando escribió su Diccionario castellano, se mostraba muy disconforme con esta palabra, que le parecía un barbarismo innecesario, puesto que ya existía en castellano la voz balcón, con el mismo origen y el mismo significado. Ambas eran voces italianas del ámbito de la arquitectura. Con el correr del tiempo, se fueron especializando. Hoy no es lo mismo un balcón que un palco, nombre específico para los balcones de los teatros, estadios de fútbol y, en general, cualquier edificio destinado a espectáculos.

Pantalón

Su origen se remonta al célebre personaje de la Comedia del Arte, Pantaleone, cuya característica escenográfica más reseñable era unas ridículas calzas encarnadas. Durante mucho tiempo se consideró prenda exclusivamente masculina. Llevar pantalones era sinónimo de machote o “amo de la casa”. Así, unos versos de Pérez Hervás, 1880-1934, dicen: “Quien alardea de tener riñones/suele ser muchas veces un sarasa/ siendo su vieja la que manda en casa/ poniéndose viriles pantalones”.

Pantomima

La pantomima griega consistía en la representación por gestos o por sonidos de todo lo que se imita. Es solo a partir del siglo I a. C. cuando los comediógrafos romanos separan el texto del gesto. El actor deja de ser un “mimo total o pantomimo” y su función se ciñe a imitar con el gesto las pasiones, los sentimientos y las ideas. La RAE la define por primera vez en 1817 como “representación por figuras y gestos sin que intervengan palabras”. Keaton y Chaplin, entre otros, nos mostraron la inmensa capacidad del mimo para emocionar y divertir sin palabras.

Persona

La voz griega (πρόσωπον) prósopon, significaba máscara de teatro, la cual imprimía el carácter al personaje representado en el escenario. De ahí que los latinos la usaran para designar una máscara, pero también un empleo, un carácter o una dignidad. En castellano antiguo se llamó persona a quien gozaba de la prerrogativa de sentarse en el coro de la iglesia junto a las altas dignidades. También se usó para referirse al sujeto “disfrazado, extranjero o no conocido”. Hoy ya solo se usa para referirse a cualquier particular, para lo cual, por cierto, en griego usaban la palabra “idiota”.

Protagonista

Unamuno en 1925 tituló a uno de sus libros La agonía del cristianismo, pero no usó la palabra en el sentido de “estado que precede a la muerte” sino en su sentido etimológico de lucha o combate. Los propios griegos la usaron para referirse también a los actores que “contendían” sobre la escena, siendo así el protagonista  el primer luchador y el antagonista su rival. Agonía ya era veterana cuando Covarrubias la registró en su Tesoro de 1616; mientras que protagonista no entra en un diccionario hasta el RAE de 1822. Y es que en la lucha del idioma, la agonía ha sido siempre la protagonista.   

Suripanta

Eusebio Blasco Soler la inventó para su comedia El joven Telémaco, “estrenada con extraordinario aplauso en el Teatro de los Bufos Madrileños, el 23 de septiembre de 1866”. Fue una broma con la que el autor pretendía imitar la fonética griega. El coro canta: “suripanta maca trunqui de somatén, suripanta la suripanta melitónimen son pen. No era más que un trabalenguas, el aserejé de nuestros abuelos; pero, vaya usted a saber por qué, la palabrita acabó convertida en insulto. El RAE de 1925 le da dos acepciones: corista de teatro y mujer moralmente despreciable. 

Tragedia

Aunque solo se la conoce como representación teatral, su etimología – tragós, macho cabrío y oidé, canto -, apunta a un rito antiguo en el que el macho cabrío jugó algún papel. Acaso como animal de sacrificio. Acaso metáfora de algún dios. A saber. Aristóteles la definió como “imitación de una acción de carácter elevado hecha por personajes en acción y que, al suscitar piedad y temor, opera la purga propia a tales emociones”. En eso consiste la civilización, en que para suscitar piedad y temor no se precise verter sangre de chivo; basta una cucharada de talento.

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Este glosario ha sido publicado en la revista Archiletras en su edición de julio/septiembre de 2021.

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